Una mañana soleada en Bogotá, el tráfico imposible; una calle de doble vía, el carril de ida trancado, el de venida desocupado; una intersección unos metros hacia adelante. Todo hacemos la fila pacientemente en el carril de ida, esperando y sabiendo que en cualquier momento aparecerá el conductor ebrio de si mismo que adelantará la fila entera acelerando en contravía. Veo por el espejo retrovisor y, fiel a las circunstancias, entra en escena el que hará la contravía. Una busetica verde, la maneja un tipo con cara de asesino. Acelera, ni siquiera previene. Y también fiel a la misma escena, aparece un carro pequeño en la intersección, a tomar su vía. Le pita, lo esquiva. El del carro pequeño le increpa; el de la busetica con cara de asesino baja el vidrio, le grita, suelta un par de insultos con cara de risa; el del carrito saca un spray y como un dulce perfume de caricatura, la nube le llega al malo y le envuelve la cabeza. El automóvil sigue su camino tranquilo, sin prisa; el otro queda envenenado con gas pimienta, sofocado, chillando, lloroso, y desubicado. Sigo manejando, divertido, pensativo, sin saber si se hizo justicia o si es el mismo actor en diferentes escenarios.
Cesar Amin
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